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20 de Marzo de 2020
El ilustrador freelance
Por Rodolfo Fucile La imagen del dibujante bohemio y desordenado, que duerme cuando tiene ganas, entrega cuando quiere y cobra por dar rienda suelta a su imaginación es, en realidad, un clisé distorsionado, con altas dosis de fantasía, que poco tiene que ver con la vida laboral del ilustrador independiente. Es verdad que, al no tener horarios de trabajo estrictos ni relación de dependencia, existe cierto grado de autonomía, que desde la óptica del empleado asalariado se interpreta como pautas de vida relajada y tiempo libre. Pero también es cierto que esa supuesta libertad está signada por la inestabilidad laboral (que deriva en incertidumbre económica) y por condiciones de contratación muchas veces precarias. En primer lugar, el ilustrador “freelance” debe ser monotributista. Hoy en día es una excepción que una empresa contrate al ilustrador como empleado. Por lo tanto, como cualquier monotributista, el ilustrador debe pagar sus impuestos, aportes previsionales y de obra social, tenga o no trabajo. Si por falta de ingresos se ve obligado a suspender el pago, se convierte en deudor y además pierde la cobertura médica. Debido a su condición de monotributista, tampoco accede a los habituales derechos de cualquier trabajador (asignaciones familiares, aguinaldo, vacaciones) ni a convenios colectivos de trabajo o paritarias, que protejan su situación contractual y le permitan actualizar los precios de sus colaboraciones. En otras palabras, la relación laboral entre ilustrador y empresa (editoriales, agencias, medios gráficos, etc.) es legalmente un acuerdo entre particulares, regido por la “libertad individual”. Pero como esta relación es marcadamente asimétrica, muchas veces el ilustrador se encuentra en una situación de desamparo, sin otra posibilidad que aceptar malas condiciones o quedarse sin trabajo. A pesar de ser una situación generalizada que afecta a todos los trabajadores freelance, estos problemas han sido ignorados e invisibilizados. Entre los dibujantes existen solidarias redes de información, que facilitan el intercambio de experiencias laborales, el asesoramiento legal y las gestiones ante organismos públicos (hoy en día la Asociación de Dibujantes de Argentina está cumpliendo un papel importante en ese sentido). La reciente creación del Instituto Nacional de Artes Gráficas fue un gran paso para el reconocimiento de la profesión. Sin embargo, falta aún avanzar sobre leyes y acuerdos con el sector empresario, para obtener mejoras colectivas en el campo laboral. Una tarea que sólo se logrará con la unidad y el esfuerzo de todos los dibujantes. (*) Nota publicada en la revista Silencio en la Costa. www.silencioenlacosta.blogspot.com.ar